Educación y formación son dos términos que a menudo se utilizan como sinónimos, lo que da lugar a mucha confusión. En realidad, se refieren a dos cosas muy diferentes y esto se puede adivinar por la etimología de las palabras: formar significa «hacer capaz» y, por tanto, enseñar algo específico al sujeto, mientras que educar viene del latín «ex-ducere» y significa «hacer salir». De hecho, la educación canina tiene un objetivo totalmente distinto al del adiestramiento: se basa en la educación del individuo y en hacer aflorar sus necesidades, sus motivaciones y su carácter.
Educación canina
La educación canina es un proceso cuya finalidad es permitir que el individuo se exprese y, al mismo tiempo, darle las herramientas para hacerlo de forma correcta y así poder vivir en paz. El mundo en el que vive el perro es antropocéntrico y no «dog friendly», por lo que le resulta difícil entender o afrontar ciertas situaciones que para nosotros son normales, como esperar a que tomemos un café en la mesa de un bar. La tarea del educador es, por tanto, comprender la especificidad del perro y darle las herramientas para que se enfrente al mundo sin demasiada ansiedad o miedo y, así, sea feliz.
En este sentido, el educador actúa como un maestro que, conociendo la mente del perro, le acompaña en su viaje vital, ayudándole a crecer y a desarrollar sus habilidades y talentos. No hay reglas precisas que el perro deba aprender ni expectativas humanas que deba cumplir en una educación, sino que las enseñanzas varían con respecto a lo que requiere el tema.
Educación canina
La figura del formador también se confunde a menudo con la del educador pero, aunque actúan en el mismo ámbito, existen diferencias. El educador, como hemos dicho, es el responsable de dotar al perro de las herramientas adecuadas para poder enfrentarse al mundo como un verdadero «maestro de la vida». Por lo tanto, no es necesario que el perro haya desarrollado ningún problema de comportamiento para recurrir a un educador: el educador puede intervenir desde los primeros meses de vida del cachorro, ayudándole con sus primeras experiencias y desafíos. Por ejemplo, el educador puede apoyar al cachorro asegurándose de que se socializa correctamente con otros perros, previniendo así la aparición de posibles problemas futuros debido a un enfoque equivocado.
El adiestrador, en cambio, es la figura a la que se recurre cuando el perro desarrolla problemas de comportamiento específicos y, por tanto, necesita emprender una reeducación. Los problemas pueden ser de naturaleza variada e incluir la relación entre el hombre y el perro, entre los perros o referirse únicamente al individuo. El formador es, por tanto, un educador pero con unas competencias más específicas: tiene una formación más amplia que le permite actuar de forma específica sobre determinados problemas de comportamiento que aún son manejables. Sin embargo, cuando estos problemas son muy graves, es necesario recurrir al veterinario especialista en comportamiento, que evaluará si es necesario adoptar alguna medida médica.
Adiestramiento de perros
El adiestramiento, en cambio, tiene como objetivo enseñar una tarea específica al perro, haciéndolo «hábil» en esa actividad concreta. Se trata de una disciplina de rendimiento que se basa en los talentos naturales del perro para un propósito específico. Los ejemplos son los perros de búsqueda de Covid-19 o los perros de rescate, ambos entrenados para algo: buscar un virus o salvar a personas. Sin embargo, el enfoque correcto del adiestramiento es el mismo que el de la educación: se basa en la cooperación entre el perro y el adiestrador.
Hay tanto que se puede enseñar a un perro a través de la relación y el placer de hacer cosas juntos, y en este sentido el adiestramiento es algo positivo. Por otro lado, sólo debe verse como algo negativo cuando utiliza el castigo como método de enseñanza: en ese caso hablamos de un adiestramiento coercitivo que no enriquece en nada al perro ni a la relación, sino que por el contrario tiene consecuencias muy negativas en el individuo. Un ejemplo de ello es el uso de instrumentos como los collares de ahogo o los collares eléctricos que pretenden que el perro realice una tarea basada en el miedo, convirtiéndolo así en un sujeto sin personalidad que sólo responde a nuestras órdenes, sin ninguna relación ni entendimiento en la base.
El adiestrador de perros no coercitivo, en cambio, se ve a sí mismo como una especie de entrenador que, a través de la relación, es capaz de potenciar las habilidades que el perro ya posee.
Tanto si somos educadores, adiestradores o simplemente convivimos con un perro, lo importante es que cualquier actividad que realicemos juntos se base en la colaboración y la relación. Ahí radica la belleza: el hombre y el perro, dos especies muy diferentes que intentan encontrarse, conocerse y aprender algo el uno del otro.
¿Torturarías a tu perro para convertirlo en una estrella?